Crítica de “Distintas formas de mirar el agua”, de Julio Llamazares
“Es ley de vida, como se dice. Unos se van y otros vienen, unos desaparecen y otros los sustituimos y así será mientras haya mundo”.
Julio Llamazares ya había abordado la desaparición del mundo rural en obras tan emblemáticas como La lluvia amarilla, posiblemente la mejor de su carrera. Ahora vuelve a ese territorio emocional con “Distintas formas de mirar el agua”, una novela igualmente lúcida, lírica y nostálgica, en la que el autor leonés se adentra en las heridas más profundas de su propia memoria.
En esta ocasión, Llamazares reconstruye el drama de una familia desalojada de su pueblo para construir un pantano, exactamente lo mismo que ocurrió a la suya cuando desapareció Vegamián, el lugar donde nació.
Sinopsis de “Distintas formas de mirar el agua”, cambio generacional
La novela está compuesta por los testimonios en primera persona de cuatro generaciones de una familia reunida tras la muerte de Domingo, el patriarca. Su última voluntad fue que sus cenizas fueran esparcidas en Ferreras, el pueblo donde nació y que hoy yace bajo las aguas de un embalse. Domingo nunca quiso volver allí en vida desde que fue expropiado y obligado a marcharse, dejando atrás su casa y sus recuerdos.
A través de Virginia, su viuda, el lector conoce la historia del desarraigo y la obstinación de quien no puede desprenderse del pasado. Luego aparecen las voces de Teresa, la hija mayor; José Antonio, Virginia hija, Agustín, y más adelante los nietos y sus parejas. Cada uno ofrece su visión particular del hecho, completando un mosaico coral sobre la pérdida, la memoria y el paso del tiempo. El libro culmina con un epílogo breve narrado por alguien ajeno a la familia, que aporta una mirada externa al destino de los protagonistas.
Crítica de “Distintas formas de mirar el agua”, el desarraigo
Como en sus mejores obras, Llamazares logra que el lector lea con un nudo en la garganta desde el principio hasta el final, sin importar si conoce o no la realidad que el autor retrata. El título, Distintas formas de mirar el agua, está elegido con acierto, pues resume la idea central de la novela: toda realidad depende de quien la contempla, y cada miembro de la familia percibe la pérdida de su hogar de un modo distinto.
El autor plantea que las huellas del pasado no se borran y que, aunque cambien los tiempos, los descendientes siguen marcados por lo que vivieron sus ancestros. La novela no sorprende por sus giros, sino por su honestidad emocional, su mirada serena y su capacidad para convertir la memoria personal en memoria colectiva.
Llamazares reflexiona sobre la transformación radical de la vida rural española, la desaparición de los pueblos bajo los embalses y el vértigo de un progreso que arrasa con lo anterior. En sus páginas se percibe la tristeza por un mundo perdido, pero también la aceptación de que la vida continúa, aunque sea sobre los restos sumergidos del pasado.
El lector se sentirá especialmente atraído por la figura de Domingo, un personaje inolvidable: labrador, trabajador incansable y símbolo de una generación que luchó por sacar adelante a los suyos sin rendirse. Su historia concentra la emoción y la dignidad silenciosa de quienes vieron desaparecer su tierra bajo el agua.
El desarraigo, la infancia como territorio que define la existencia y las luces y sombras del progreso son los grandes temas de esta novela aparentemente sencilla pero de enorme profundidad. Con su estilo contenido y su lenguaje preciso, Llamazares demuestra que pocos escritores consiguen tanto con tan pocos medios, y confirma una vez más su talento para convertir la nostalgia en arte literario.