Reseña de “El día que se perdió el amor”, de Javier Castillo

“Eran las diez de la mañana del 14 de diciembre. Un pie descalzo pisó el asfalto de Nueva York y una sombra femenina se dibujó frente a él. El otro pie se posó con cuidado, tocando el suelo con sus finos dedos llenos de suciedad. Estaba desnuda, con la piel pálida, las piernas y los pies renegridos y su largo cabello castaño bailando al son de los vehículos. Su cintura se contoneaba suavemente de lado a lado con cada paso que daba; pisaba despacio, como si no quisiera hacer ruido”.

Con esta imagen tan cinematográfica comienza “El día que se perdió el amor”, la segunda novela del joven escritor malagueño Javier Castillo, que vuelve a sumergirse en el suspense psicológico con el que sorprendió en su debut, El día que se perdió la cordura.

El autor, que escribió su primera obra en los trayectos del tren de cercanías mientras trabajaba como consultor financiero, logró un éxito abrumador gracias al boca a boca y a su posterior publicación por Suma de Letras en 2016. Ahora, retoma aquel universo y ofrece una continuación directa que completa los cabos sueltos de la primera historia, conformando una bilogía de misterio.


Sinopsis de “El día que se perdió el amor”, las notas misteriosas

La acción arranca en 2014, en Nueva York, cuando una joven aparece desnuda y ensangrentada frente a las oficinas del FBI. Su presencia desconcierta a todos, especialmente al Inspector Jefe Bowring, un investigador tan metódico como torpe para comprender el alcance del caso. Entre sus pertenencias se hallan unas notas manuscritas con nombres y fechas, que pronto se revelan proféticas: una de las personas mencionadas aparece decapitada a las pocas horas.

La investigación desata una carrera contrarreloj. La misteriosa joven parece conocer detalles de crímenes pasados y futuros, e incluso guarda relación con el caso de Kately Goldman, una de las obsesiones del propio Bowring. En paralelo, Stella Hyden intenta convivir con Jacob, el hombre de su vida, mientras lucha por aceptar su verdadera identidad y las revelaciones del pasado.


Crítica de “El día que se perdió el amor”, una nueva taza de café

El día que se perdió el amor cierra varios interrogantes de El día que se perdió la cordura, por lo que no funciona del todo como novela independiente. Lo recomendable es leerlas en orden, ya que gran parte del impacto emocional y de las conexiones narrativas dependen de lo conocido previamente.

Castillo mantiene el mismo estilo rápido y visual que lo hizo popular. Su escritura recuerda a un guion cinematográfico: frases cortas, ritmo constante y capítulos breves que acaban en un giro. La trama se mueve a gran velocidad, sin detenerse demasiado en la profundidad psicológica de los personajes ni en la elaboración del lenguaje.

En esta ocasión, el autor opta por una intriga más simple y directa, con un desenlace tan sorpresivo como efectista. Si su anterior obra ya dividió a los lectores entre admiradores y escépticos, esta segunda parte no cambiará las tornas. Quienes disfrutaron de La cordura hallarán aquí más de lo mismo —misterio, ritmo y drama emocional—, mientras que quienes la consideraron un fenómeno editorial sobrevalorado encontrarán pocas razones para reconciliarse.


Un thriller ágil, aunque predecible

El mayor mérito de Javier Castillo sigue siendo su capacidad para mantener el interés del lector. La historia se lee casi de una sentada gracias a su ritmo trepidante. No obstante, la construcción de los personajes resulta algo superficial: muchos de ellos podrían intercambiarse sin que el argumento se resintiera. La excepción está en Carla, cuya infancia se detalla con mayor atención y aporta cierta carga emotiva al conjunto.

El autor introduce también una ligera crítica a los cuerpos policiales y una advertencia sobre los peligros de las sectas destructivas, además de retomar su tema recurrente: hasta dónde puede llegar el ser humano por amor. Sin embargo, estos elementos se tratan de forma ligera, sin profundizar demasiado en su dimensión moral o psicológica.

Por momentos, los pasajes sentimentales rompen el tono de suspense, y resulta algo autocomplaciente el episodio en que uno de los personajes alaba la primera novela del propio Castillo, detalle que roza el guiño narcisista.


Valoración final

El día que se perdió el amor es un thriller ágil, entretenido y de fácil lectura, ideal para quienes buscan una historia de misterio sin complicaciones. No ofrece innovaciones literarias ni grandes reflexiones, pero sí cumple con lo que promete: mantener la tensión hasta la última página.

Javier Castillo no pretende reinventar el género, sino ofrecer una lectura adictiva y emocional, perfecta para un fin de semana. Quienes entren en su universo encontrarán una mezcla de romance, locura y crimen, con un estilo directo que confirma su instinto narrativo, aunque aún le falte la madurez que solo da el tiempo.

En resumen, una segunda parte que mantiene el pulso comercial del autor y asegura unas cuantas horas de entretenimiento, aunque sin alcanzar la profundidad o el riesgo narrativo que podrían situarlo más allá del fenómeno editorial.